Tradimento el Relato lésbico por dos lesbianas

Una celebración de Fin de Año en el palazzo Madama de Turín acoge a nuestras dos protagonistas: una inglesa que trabaja para el MI6 y una italiana perdidamente enamorada de ella.

Diez, once, doce, mientras subía los trece escalones de Felipe Juvala, se detuvo y sintió que esos ojos castaños la observaban, escudriñando su barroca espalda descubierta de un vestido de Cavalli. Se le erizó el vello de la nuca y apretó el ridículo embrague que tenía en la mano izquierda; lo hizo con tal fuerza que el anillo de bodas de oro se le hundió profundamente en la piel, manchándola de un rojo más oscuro que el esmalte de uñas. Sophia se dio la vuelta entre la multitud, la élite de la comunidad judicial italiana, que se había reunido para una fastuosa celebración de Nochevieja, donde, entre las multitudes que iban y venían en la sala rojiblanca, la vio...

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Judy asintió a modo de saludo con las manos en los bolsillos de sus pantalones de esmoquin. Su cabello rubio lacio está sujeto en una cola de caballo hasta los hombros y controlado como una pequeña sonrisa en sus labios. El blazer negro, similar a otras prendas, excepto por la blancura de las zapatillas antiprotocolo, estaba por encima de sus muñecas, y en su posición, no tenía miedo entre la multitud.

Sophia contuvo la respiración, el aliento parpadeando en sus pulmones como una llama privada de oxígeno. Lo poco que quedaba de su alma carcomida le arañaba las costillas y la desgarraba en jirones, el deseo de traición le oprimía el estómago hasta hundirse en lo más profundo de su vida sexual, vistiendo su sirena La valiente paradoja de los vestidos a medida. Se quedó mirándola, elevando la altura extra que Ferragamo le había dado, los pies le dolían menos que la escurridiza lesión mencionada anteriormente. Aunque hablar en plata rompió el oro barroco de su piel, la diferencia entre este par de zapatos y Jodie, salvo cierta nacionalidad italiana y su inglés, es que Sofía se quitará los tacones de camino a casa y la miseria desaparecerá; Judy, se obligó a mantener una expresión neutral, entrecerró los ojos y...

"¿No vienes?", preguntó una voz masculina gruesa, silenciada por el humo del cigarro.

—Claro —contestó Sofia, sobresaltada, virando la testa hacia su interlocutor—. Por supuesto… —musitó, redirigiendo la vista en la dirección en la que, hasta hacía unos segundos, se hallaba Jodie; y ya no estaba. Descolocada, frunció el ceño; tal vez lo suyo había sido cosa de la imaginación evocada por el insano e impasible anhelo, puesto que, pensándolo con frialdad, ¿qué podía haber atraído a Jodie a una fiesta de leguleyos? Se sacudió las preguntas de la cabeza y estiró, a ojos conocidos, una falsa sonrisa, agarrándose al brazo que le tendían; debía dejar de tropezar y avanzar, escalón por escalón.

La ciudad piamontesa sucumbió a la noche engalanada con un manto de estrellas que, a no mucho tardar, se emborronaría a causa de la pirotecnia que celebraba el Año Nuevo. Dada la cercanía de las agujas a la medianoche, el personal a cargo de la velada se apresuraba en los corredores internos mientras algún que otro invitado semejaba huir.

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—Enhorabuena —dijo Jodie, rasgando el silencio de Sofia al situarse a su lado, delante de los ventanales que daban a la calle en ese pequeño cobijo ubicado en un rincón del gran y fastuoso salón.

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Como es costumbre, metió las manos en los bolsillos de los pantalones, escondiendo más de lo que había dicho o sentido. Se hizo más alta incluso con tacones altos, y se aclaró la garganta para silenciar la música de fondo en sus oídos. Ha estado acechando a una parte de Crepúsculo (no a Sophia), o más bien, tratando de hacerlo. El vaivén de las caderas de una mujer envuelta en una tela delicada salpicada de pedrería la distrajo, marcando cada depresión, cada plano... Unos labios tibios rozaron las puntas de los tenedores, besando involuntariamente el borde del vaso, por supuesto, las ondas de escote volcado con cada exhalación, el color de su areola y pezones mientras inflaba sus senos podía describirlo perfectamente - diamantes platino, un clásico - Asintió, señalando el anillo de compromiso en su mano izquierda.

No fue su imaginación, cuando no había terminado, lo había hecho durante la cena, dándose cuenta de que compartía mesa con Thomas Evans, por lo que la presencia encubierta de los miembros del SIC[1] a su vez explicaba la situación de Jodie. Su pulso late rápido en su vena yugular, su piel está salpicada de gemas y su coño ronronea como un gato, esperando su conveniente caricia. Hizo un movimiento rápido con la mano izquierda como si hubiera golpeado un clavo caliente, cuando en realidad el fuego le lamía la piel de los dedos.

"Todas las evidencias apuntan a él", dijo en inglés, deleitando su italiano nativo, ignorando lo que ella dijo, no por respeto a Georgiou, quien no la acompañó a la velada por razones médicas, lo cual no tiene nada de inusual. una persona ordinaria. Médico de urgencias: es culpable", agregó, sosteniendo una copa de vino espumoso en su mano derecha.

"Sí", confirmó Judy. Su acento de Liverpool se destaca en Sofía, tirando al camaleón. Gira su cuerpo hacia ella, siente su tensión, la huele, siente el olor del océano persistente en su piel, el aroma de albahaca entretejido en su cabello negro y rizado, las cartas y los planes de Laura Bousey Nee en París ya están entretejidos en ella.

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